Déficit de métrica y serotonina

Hoy me he sentido triste por un instante. Se han alineado dos circunstancias predictoras de mis momentos tristes, de mis momentos más desoladoramente invasivos: una tarde lluviosa y un viernes.

De las circunstancias todos merecemos un tajo de responsabilidad. Una repartición no equitativa, pero si justa cuando de las culpas dejadas en la periferia de la vida se trata.

Me he entristecido; lo he hecho al darme cuenta que las cartas estaban puestas sobre la mesa para que te fueras, y aun sabiéndolo no supe anticipar la tristeza que eso conllevaría.

Al final, ese instante se ha alargado hasta la noche y así me encuentro triste e invadido por la soledad.

Science of deduction

Sí, el título es un guiño a Sherlock. Va de lo siguiente:

Tengo un problema, suelo aburrirme rápido de todo, quizás sea una especie de mal crónico, no por un potencial problema atencional, sino por otra cosa que no sé describir exactamente aún; por ello he desarrollado un juego, uno en el que sólo yo participo, en el que sólo yo me retribuyo la ganancia del éxito. Este juego se ha convertido en una costumbre cuando viajo por la ciudad en el transporte público, consiste en tratar de adivinar las actividades a realizar por otros como respuesta a lo que observo en ellos, y determinar la estación de destino de cada uno. Aunque adivinar suena a un proceso demasiado arbitrario en el ejercicio que realmente trazo para las conjeturas que realizo; sería más bien una suerte de método hipotético deductivo en el que a través de la observación planteo una serie de condicionantes que como consecuencia ulterior me ofrecerá la información que necesito (o no, porque esta lúdica responde al capricho).

Es así que:

«La chica posiblemente entre los 24 a los 26 años de edad, con escasos signos de agotamiento a las 4:16 de la tarde, posiblemente porque no realiza una jornada laboral, y probablemente viva con sus padres, con quién más viviría alguien quien no es laboralmente activo(?), Continúo, es la hermana menor, quizás de dos, esto es evidente en la talla de la ropa discordante… Unas prendas más grandes que otras, unas más pequeñas que otra ergo, esto en una posible rivalidad materna, normal cuando se tienen hermanas menores, que toman tus prendas favoritas sin permiso previo; de posición económica relativamente estable, lo indica el celular quizás de gama media-alta que sostiene en sus manos para escuchar una nota de voz. Su vestuario indica mimo y cuidado, y el horario en el que viaja en el transporte dice que no asiste a clases regularmente, pero su cartera es de estudiante, es viernes lo que sugiere de que irá cerca de algún lugar donde se venden bebidas alcohólicas, por posición geográfica y por perfil es posible que su estación destino sea… Bingo, El Carmen, no arbitrariamente, la Universidad de San Carlos es la más cercana».

Ocurre así durante cada viaje, y me jacto de deducir con exactitud una gran variedad de situaciones. El único problema de este pequeño juego, es que al estar absorto en elucubrar ideas, entre lecturas de lenguaje corporal, micro conductas, exámenes del estado de ánimo, y otras características de utilidad para poder finalmente realizar conclusiones correctas, es que en ocasiones al estar atento a todo lo demás, paso por alto la estación en la que he de bajarme, dando una hermosa vuelta de más por el queridísimo Centro Histórico.

Nunca está de más cansarse un poco, aunque he decir que me intrigan más aquellas circunstancias que no logro anticipar.

Hormiga
La curiosidad de observar una hormiga a través de la lupa, también puede quemarla. 

Arquitectura de la realidad

Parecerá paradójico pero esto surgió inicialmente de mi negativa por ver la nueva serie de Luismi. Aunque últimamente es constante en mí un estado de ánimo muy de bolero reciclado; no me malinterpreten, me gustan los boleros reciclados.

De entrada menciono mis motivaciones para escribir esto, puesto que la forma de la realidad se encuentra supeditada a dos elementos básicos, uno de ellos es la realidad misma, concreta, objetivamente captada, aquella compuesta por los elementos que a su vez se componen por moléculas que a su vez se componen por átomos. El otro elemento, es la subjetividad, y esta un tanto más caprichosa que la primera -y su física y la mecánica, y bla bla-, está influida por la percepción; esto es suministrar a nuestros cerebros con información a través de los órganos sensoriales, no sin antes abordarlo con el metódico sesgo personal de a quién pertenecen dichos órganos sensoriales.

Ahora bien, entraré nuevamente en el terreno del bolero, y es en esta sección donde las significaciones son sumamente importantes. Quiero decir, la composición de una luciérnaga y el mecanismo bioluminiscente bajo su abdomen es un dato objetivo, anodino para quién lo observa desde la insustancialidad; por otro lado, una percepción menos objetiva o más romántica puede encontrar detalles que el simple y llano observar desconocen; emocionarse fuera de los parámetros de la insuficiencia y la emoción resulta un tanto irrelevante cuando se observa más allá de los fenómenos físicos. Apreciar es acojonante, y quedar absorto por momentos de enorme belleza lo es aún más. Aún recuerdo esa laguna, cuando era menor, repleta de estos maravillosos insectos, y ranas croando; recuerdo las noches en el regazo de mi madre a oscuras mientras sonaba Manzanero, Sinatra y un sinfín, claro está, de boleros, acariciando mi cabello, o los trillados cuentos de los hermanos Grimm para antes de dormir.

Es así que se disfruta de instantes donde la futildad mecánica no es del todo admirable sino los procesos emocionales que este conlleva, por ello disfrutar de la compañía de animales, de un buen blues, de una comida, una buena mesa y una buena charla, van más allá de solo ser: un perro y un gato, el movimiento físico de ejecutar una pieza musical, el proceso de preparar uno platillo, y mecanizar la boca y los labios para hablar.

He estado recorriendo caminos que hace un tiempo no recorría, y he reconocido, efectivamente, que emocionarse es la clave de las cosas; incluso cuando el resultado final de las pericias no sea el esperado, puesto que a los pensamientos rosas y melancólicos no les falta ese exceso de optimismo. Realmente creo que debería existir un punto de inflexión entre las expectativas realistas y este tipo de quimeras. Aunque cuando de pensamientos rosas se trata nunca está de más alguien con quien tararear canciones viejitas, comer pizza, y con quién la cerveza sepa mejor. Aunque quizás, como me diría alguien desde un sitio lejano: «estás divagando demasiado, eh» y la verdad es que quimeras y todo, son deseables para quienes diseñamos una realidad que permita emocionarse siempre por cada tipo de detalle. Total, que acariciar el cogote de Chopi durante una de estas tardes nubladas y tomarme un café me ha dado de que pensar.

Luego me he dado cuenta que al final todo está hecho de átomos y esta tesis romántica no ha salido del todo bien, pero la emoción para nada que se ha perdido.

Dedicar el odio

Se me han aparecido soluciones a lo Serendipia. He recordado momentáneamente decisiones que he tomado sobre sucesos trascendentales en mi vida y me he dado cuenta de algo: me he estado equivocando.

Hasta ahora pretendí creer que sustentar un recuerdo agradable sobre la base de «en algún momento fue bueno», es una sintomática decisión que con el tiempo dejará entrever las necesidades desatendidas.

Sabato decía: «La frase ‘todo tiempo pasado fue mejor’ no indica que antes sucedieran menos cosas malas, sino que -felizmente- la gente las echa en el olvido». Y bueno, para la edad en que cogí este libro, siendo bastante joven, tomé esa frase de forma religiosa, causando un impacto en mí. Aquello que nos marca determina y forma nuestro carácter, en mi caso lo determinó de formas peculiares. Comencé a echar las cosas malas en el olvido, y con ello, desarrollé una capacidad para perdonar, para soportar, para mitigar el daño que en algún momento me hacían.

Hoy, en microsegundos, he logrado desmontar algo que venía preparando durante meses. He aprendido a odiar. Por supuesto, como todas las cosas, está precedido de algo, de un encuentro en este caso; en este encuentro no tuvieron lugar las palabras, solo las miradas y las incomodidades, después de mucho tiempo coincidí en espacio y tiempo con alguien, una cierta persona autora de mis días más tristes.

Luego de este encuentro, he retomado camino, y he conciliado mis ideas, ya no tan acordes con Ernesto, sino más de en consonancia con Ismael Serrano:

«Regalale eterno tu odio»

He comprendido que el odio, en ocasiones, tiene un trasfondo defensivo, y un carácter preservador, fundamentalmente cuando esté adopta tonos repulsivos frente al ente que daña.

Conforme asisto a terapia he desarrollado un cierto afán protector, preservar mi integridad emocional y por ese afán prefiero que se lleve, aunque dure poco, mi odio para siempre. Y si, esto último es una pobre paráfrasis, pero muy acertada.

Monstruos y policefalia

Hoy tengo ganas de contar cosas.

     He estado probando, improvisando con las posibilidades. Me he adentrado en un mundillo que muchos dirán no es tan complicado y/o complejo.

     Alguien de confianza, un docente me ha pedido suplirlo durante algunos días en algunas cátedras, sí, en la Universidad.  Existen ciertos matices cuando se ha dejado de ser estudiante, estar al frente ya no supone una simple «exposición».

     Y es que estar frente a otros te implica una responsabilidad -cuando impartís un contenido- que muchas veces se obvia; y lo explico de la siguiente manera: durante una conversación con alguien cercana y querida, me he abierto a la experiencia de compartir mis preocupaciones. Preocupaciones, claro, referentes al tema de impartir docencia; y resulta que lo que más me aqueja y preocupa es el hecho de que la información que ofrezco sea fiable, que responda a circunstancias científicas, y que finalmente mejore la práctica de quién escucha. Sin embargo, este solo es el primero de los problemas, ya que cuando de andragogía se trata, te enfrentas a elementos de aprendizaje que si bien ya están consolidados en algunos casos, en la mayoría se encuentran desarticulados. Por tanto, la primera premisa -ofrecer información fiable- no es un único elemento definitivo, puesto que la necesidad de adaptarse a modalidades de aprendizaje se convierte en ese gran monstruo a batir.

     Se han suscitado situaciones que han promovido mi interés, las falencias de un sistema de educación y promoción que debilitan la imagen del gremio me preocupan. Sobretodo cuando se vive en un país con perturbaciones psíquicas normalizadas, es necesario atender la subjetividad dañado por los aspectos objetivos del entorno y las relaciones formalizadas entre el poder y la vulnerabilidad que estás promueven.

     Total, que me he cagado un poco en los pantalones la primera vez que me he parado frente a un grupo de alumnos con no menos de 5 años que yo, mientras alguien supervisaba mi labor. Y cagado y todo, ha salido bien dentro de las posibilidades.

      Las siguientes clases, fueron maravillosas.

El simbolismo del cepillo de dientes

Hoy he hablado. Hablar supone la existencia de un otro, un otro que escucha, que atiende, que entiende; que contiene.

En psicoterapia existe una frase que narra: «si puedes hablar de ello sin llorar, es que lo has superado» o algo así. En efecto, he llorado, pero el efecto ha sido el último escozor de mis heridas.

Los amigos son elementales cuando de hablar se trata, cuando de expresar las tardes y las noches de sucesos que contienen en un margen muy corto, componentes estrictamente vinculados a nuestras experiencias. Claro está que un cepillo en el baño, supone la compactificación de dos amantes en una misma noche, en el caso ideal, de varias noches.

La presencia de tal elemento de limpieza bucal, supone también el comienzo de temporadas donde despedirse no es una alternativa; y donde dormir juntos sí que lo es. Observar a la mañana siguiente su uso es representativo de abrazos horas previas, de conversaciones e intimaciones que no existen en espacios donde no se requiere un cepillo para la mañana siguiente.

Las condiciones anteriores, supone el inicio de otra temporada, una menos asequible y más intranquila, cuando se percibe que el cepillo ha dejado de usarse, y cuando se decide que es necesario botar a la basura al cepillo, esto en un plano factico, pero en un plano simbólico, botar las elaboraciones afectivas que la presencia de este conlleva, con el respectivo llanto de 3 minutos cada 24 horas, de las siguientes tantas semanas. Y con ello el inexorable dolor.

Yo ya he botado otro cepillo.

De cuando el tic-tac no puede ser tac-tic

Existe un peligro en las significaciones, en las asignaciones de categoría supraimportante sobre las circunstancias.

Me refiero a la maraña de eventos que condicionan la experiencia con otros sujetos. Al final la percepción final de la circunstancia es la que apaña la configuración de la importancia que asignamos a determinado momento, a determinada persona.

Las personas cambian, las experiencias vividas son inmutables. El tiempo es una máquina egocéntrica, incapaz de reconocer la necesidad y el deseo de algunos seres -a veces- de transgredir el pasado, y modificarlo; incapaz de dar marcha atrás.

 

Espasmos emocionales

Al inicio usted comienza por martirizarse, por concretizar las situaciones, por llevar lo subjetivo a lo objetivo, y con ello la imaginación y sus resultantes lo llevan al hastío; el enojo lo lleva a la tristeza, y la tristeza a las múltiples facetas observables que lo llevarán a la preocupante situación en la que otras personas perciben su tristeza. Posterior a la lluvia de consejos de diversas personas, usted comenzará a formar la idea ad nauseam de que todo irá bien más adelante.

      Repentinamente usted se da cuenta de que las cosas no resultan ser tan simples.

Es entonces cuando los pensamientos se incendia, se queman, y la cabeza se llena de humo. Cuando la ves, y las lágrimas se cristalizan en las pupilas -y no caen-, y prefieren creer en la pauta del inerte trapecista, pendiendo de la indudable cuerda. Mientras tanto el corazón se estruja, el estómago y el resto de intestinos inician la lucha trayendo con ello una sensación muy parecida al vómito.

Usted continúa observando la situación, y es allí cuando envuelto entre la gente se ve en la circunstancia antes descrita, sólo que en esta ocasión los monólogos internos se acrecienta, y como parte de una interacción basada en una construcción social, usted se remite a guardarse las lágrimas. Usted llora, pero para sus adentros. Y piensa que al llegar a casa podrá llorar en la comodidad de la sala, el dormitorio, etc.

Desafortunadamente, al llegar a casa, usted se encontrará con que los motivos precisos para sus lágrimas han decidido ocultarse en los más profundos recovecos de su alma, precisos a aparecer en una situación en la que nuevamente quieran y usted no les permita salir.

 

El sentido del vacío

Me he encontrado a mí mismo en la situación de siempre, en las penumbras de los finales de ciclos, en los términos traslativos, en el desangrar del año calendario. Yo, como ente circunstanciado, me he presentado frente a la realidad con algo difícil de circunscribir de cara al afrontamiento; resulta serio y complicado asumir que aún con toda y la capacidad de la que te ha dotado tu carga genética y la influencia de tus maestros en el perfeccionamiento de estas te encuentras desempleado.

Lo anterior, no como un maleficio que afecta la economía -aunque también- se presenta como un inacabado ataque al mundo interior de quien pretende sentirse pleno y satisfecho como un tipo excepcional en su ámbito, por ello, la percepción de quién se realiza en la labor, para lo que considera fue fundado, se obstaculiza en un devenir situacional de desazones constantes en un mundo que define la utilidad en razón de la operatividad y no de la genialidad.

Una vez puestos, en la situación de este ente circunstanciado, es fácil enunciar las siguientes líneas, y al particular círculo vicioso que las penas fecundan: el insomnio.

***

Dormir atañe a una necesidad fisiológica de aquellas a las que particularmente no se les presta la atención debida, y cuando facultativamente está fundada sobre causas psicógenas, el panorama mierdezco que puede proyectar es toda una odisea; sobretodo cuando se tiene conocimiento de las causas del no concordar con lo circadiano de nuestra evolución, obviamente cuando de no dormir se trata.

Labilidad emocional, temblor (involuntario, valga la redundancia), fátiga y dificultades en la evocación de recuerdos y en la elaboración mnémica. Todo esto parece favorecer al círculo vicioso del que antes hacía mención, pero particularmente, son coadyuvantes de una consecuencia mucho más seria. Dentro de las debilidades de quién no duerme, sin negar ni aceptar algunos hechos, se encuentra la automedicación, y evidente es el potencial atractivo de una dosis de relajante muscular -en la dosis justa- para conciliar el sueño.

Es acá dónde se encuentra el pero, en mayúsculas que acentúan el tono.

Resulta que la labilidad emocional, los temblores, la fatiga y el transformarse en un bodrio de recuerdos, son derivados de una crisis derivada de las situaciones del simple y llano existir, que dentro de la particularidad del existir y del individualismo cobran un valor permanentemente mayor que el simple y llano existir. Se convierte en nuestro personal océano en el vaso de agua que ahoga. Dormir como consecuencia de la desarticulación de componentes biológicamente activadores conlleva el riesgo de reírse en la cara de lo fáctico, y que lo fáctico con toda la ira de lo que «el ser realidad» le inviste, arroje puñetazos fuertes contra la existencia.

Descontectarse implica el riesgo de la evitación frente a la elaboración de realidades internas frente a realidades externas; y el ausentarse, aunque sea, a la consecuencia desagradable del insomnio acarrea la situación de perder por goleada el partido frente a las penas. Resulta que sumergirse en el vacío, concretarse en la situación de «ser sufriente», admitir la propia debilidad y encarnarla son, paradójicamente, artilugios sútiles de la endeble humanidad, y por tanto activadores de nuestras bolsas de aire existenciales.

He chocado, y, por irresponsable mis bolsas no se han activado. Ahora estoy aquí llamando «desempleo» a mis otras tantas penas con nombre y apellido. Así es que solo han quedado algunas ganas de llorar sin saber como retornar al vacío para, finalmente, aceptarlo.

Tiempo X muerte X conversación

Para la psique humana es de suma importancia el procesamiento de emociones básicas, que tal y como los colores y las mezclas de estos mismos, puede existir colores primarios, y una mezcla lo suficientemente elaborada en proporciones, puede derivar en colores secundarios.

Ciertamente la siguiente valoración hace referencia a una conversación entre amigos una noche de final de mes del mes pasado. Cabe decir, que si bien no era una típica noche de tragos, la liturgia de la amistad y los diálogos de ésta pueden introducir a cualquiera en una dinámica de opiniones etílicas y biliares. Está claro que el pretexto de la permanencia del anonimato de los participantes, surge de la expresión básica del: «sho mano, no lo/a juzgues, es tu amigo/a».

Los encuentros furtivos entre buenos amigos, de los mejores, es un caldo de cultivo bastante propicio para el aparecimiento de contextos poco usuales en la dialógica utilizada durante el transcurso de las semanas; el ambiente apremia la honestidad, la severidad, pero sobretodo el establecimiento de aprecios basados en la expresión de espacios que otros denominarían fuera del respeto, pero que en estos casos particulares suelen terminar en risas después del insulto mediatizado. Es en estos entornos amistosos donde surge la temática de los desamores, los amoríos, y uno que otro problema interpersonal. Sin embargo, lo verdaderamente sustancial de este encuentro de noche de brujas, es el entramado de conclusiones que se obtuvieron, o que al menos en mi visión particular del mundo logré obtener.

Se asomaron los primeros comentarios sobre las dificultades de establecer parámetros para la finalización de ciertos ciclos; la cena, el decorado y las bebidas en sí mismas eran toda una invitación para hablar de procesos de duelo, o para ser más precisos con toda la coherencia del caso, de la muerte. La cuestión con el ser humano y la variante tiempo, es que el ser humano es atemporal, es una existencia genérica para el tiempo, cuya particular definición según la física cuántica, cuenta con una característica difícilmente comprensible para seres atemporales: el tiempo es inmutable. (¿Cuántas veces habremos renegado por cambiar el pasado sujeto a alguna decisión considerando que otras opciones habrían cambiado nuestro presente?)- Aseveración que me llevó a pensar durante la charla amistosa, que para otra teoría más, somos nada, ni tantito especiales. Sin embargo, la modernización, la especificación y el empleo de los avances tecnológicos y científicos nos llevaron a creer que encerramos el tiempo en un pequeño dispositivo con agujas marcando el tempo y los ritmos; y nos llevó a lo que parece ser otro error esencial en la manera de vivir, la creencia errónea del control de la temporalidad. Realmente esta premisa de control tiende a generar ansiedad, al experimentar la ausencia de componentes reales que nos permitan el manejo concreto de los elementos que comprenden el tiempo. La muerte, vista desde esta perspectiva es un generador de angustia, y la angustia implica paralizamiento frente a lo fáctico.

Más allá de esto no pretendo hacer fundamentaciones más allá de los experiencial, por tanto, dejaré de momento la física cuántica, para pasar nuevamente a la cuestión que apremia, el término de los ciclos. No obstante, para la psique humana, es de suma importancia el procesamiento de emociones básicas, que tal y como los colores y las mezclas de estos mismos, puede existir colores primarios, y una mezcla lo suficientemente elaborada en proporciones, puede derivar en colores secundarios. Es de esta manera en la que, eventos cuya fuerte implicación afectiva conlleva una alta carga de significados y significantes puede connotar un patrón de melancolía (una de nuestras tantas mezclas secundarias), y percibir ahora sí el tiempo de manera distinta. Efectivamente este es un espacio apropiado para traer a colación a Cortázar, que con El perseguidor ahonda ya en la narrativa como en un segundo puede ser captado, recuperado y evocado, las experiencias significativas de uno, dos o tres años; sorprendentemente esta capacidad mnémica elabora recuerdos y nos da golpes en el pecho a una velocidad aproximada de 186,282,397 millas/s. ¿Les suena familiar? Pues, la velocidad de la luz una constante universal bastante conocida. Indudablemente este vaivén de emociones positivas y negativas fundamenta un transfusión de placer-displacer en la recuperación de fragmentos decodificados en la memoria, cuya puerta de entrada y salida pueden llegar a convertirse en adictivos.

Aún así la conversación continúo con dichas valoraciones: que si el objeto de placer, que si impregnar al objeto de afectividad, y formular significados y significantes, que si moldear la capacidad de afrontar a través de nuevos aprendizajes, que si ofrecer experiencias emocionales correctivas. Realmente la comprensión de los tiempos y la sanación respecto a los vínculos con padres, madres, hermanos, parejas, hijos, amantes, trabajos, metas, oportunidades, objetos u otra faceta a la que se nos instigue a apegarnos es relativa, y sin el afán propio de artista posmoderno puede que estemos frente a una dinámica de interpretación individual a los ojos del espectador y del actor principal.

El detalle de enorme dificultad resulta en cómo configurar y desarrollar aspectos tan individuales cuándo la aplicación del tiempo a las emociones en detalles mínimos de la propia humanidad. Estos ciclos múltiples parecen ir y venir en constante movimiento con recuerdos, actividades, caminatas, comidas, regalos, etcétera. Muy personalmente creo que esta cantidad de información sensorial y emocional es abrumadora para cualquier ser humano. Finalmente, tanto diálogo terminó por ser agotador, aunque dentro de las premisas siempre se logra atisbar un cierto dejo de angustia cuando se dialoga sobre la naturaleza humana y sus relaciones más significativas. Esto termina por construir una verdadera noche de Halloween. Total, comprender que como humanos atemporales experimentamos la muerte con respecto al paso inexorable de cada segundo que se agota, resulta en la construcción humana en cuanto al afrontamiento de las experiencias mismas, que conllevan a la formación de puertas de escape, de elaboraciones complejas para salvarnos de la muerte, de la creación de soluciones místicas para escapar de esta. Y claro está, no todo los estados son constructivos para la estabilidad mental, y ciertamente ninguna solución termina por salvarnos de la muerte.